Objetivo de este blog
Pintar, Escribir, hacer Música. Quienes nacimos para hacer esto, somos PLUMA, PINCEL y PENTAGRAMA.
Pensé dedicar este espacio a publicar mis libros en forma gratuita para que todo interesado pudiera descargarlos. Eso fue hace mucho tiempo. Ahora, pensando en todos los Mates Literarios y en los Encuentros de Escritores que organicé, y ya no me es posible, comparto éste, mi espacio para difundir a todos aquellos que transitan el mismo camino, en sus propios universos. A los amigos entrañables que la vida me ha prestado, a los que se fueron, y a los que aún beben la luz del mismo sol.
Sin embargo, la propuesta se extiende a todos aquellos que deseen hacerse escuchar. Para ello, enviar un mensaje y estaremos en contacto.
De la misma forma en que una piedra se arroja al agua arrojamos acciones a cada momento y desconocemos los efectos de esas acciones que se expanden como las ondas en el agua. ¡Ah, si pudiésemos aprender el gran arte de ser nosotros mismos!. Que quien lea esto comprenda y quien no, es libre. Que, a bien nacer con ansias de sembrar modelos, quienes quieran unir su pensamiento y sentir a ésta que escribe, también arrojarán piedras. Para construir. ¿A qué aspiramos?
SOLO A DAR LO QUE TENEMOS:
LO QUE DICTE NUESTRA PLUMA, LO QUE PINTE NUESTRO PINCEL, O CANTE NUESTRO PENTAGRAMA
STELLA M. GALLERO, Mayo 11 de 2004
sábado, 21 de mayo de 2016
sábado, 14 de mayo de 2016
EL OLVIDO DEL MENSÚ
El relato que comparto a continuación corresponde al libro "Relatos de los Viejos", y está basado precisamente, en las narraciones de mis padres, quienes durante los cielos nocturnos de mi infancia junto a mis hermanas, nos contaban historias de su Corrientes natal. Espero disfruten su lectura:
EL
OLVIDO DEL MENSÚ
A la memoria de mis
padres,
Quienes volvían mágicas
las noches
De la infancia con sus
míticos relatos.
Un suspiro profundo le brotó desde el pecho como un ronquido.
Estaba feliz.
Estiró los brazos hacia arriba y acarició las hojas de tabaco recién
cortadas.
Estaba feliz.
En tantos años de trabajo y miseria, era la primera vez que sentía semejante
regocijo. La cosecha resultó abundante.
- El gringo seguro va a aprovecharse -dijo para sí- este sí que fue un buen año para tod... - Y se detuvo.
Pensó en el Toribio y el cambá Otazú. A ellos no les había ido tan bien. Juntos
habían compartido los lonjazos del capanga, alcohol y bailanta en los días de
cobro, pero desde que los tres se independizaran del viejo Lavalle , el
yerbatal, los latigazos y el escaso jornal, la esperanza de un mejor pasar se
les había hecho agua en las repetidas rebeliones del Paraná. Los días se
sucedían a fuerza de amargos, mandioca y charque (cuando había algo para
charquear), agradeciendo a veces que
algún cigarro les entretuviera el gusto y les hiciera olvidar tanta miseria.
Así había sido la independencia de los tres, hasta que uno de esos cigarros les
encendió la locura del tabaco. ¿Por qué no plantar?, había dicho Toribio.
Habían sido socios en la esclavitud con hambre y en la libertad
hambrienta.
Pero podía cambiar.
Él podía dar vuelta la taba y tirar a suerte. Eso pensaba desde que
conoció al viejo. El tape creía que el destino le había puesto en su camino
aquella noche en que se hallaba solo en el boliche y el harapiento anciano
pasado de caña se le tiró encima y por unos cuantos tragos le vendió la
historia que él ya conocía. Y la conocían todos los que pagaban con caña o
ginebra. El viejo había vendido mucho esa noche. El aliento a punto de
prenderse en llamas golpeó la cara de Fontora cuando el viejo le sopló
roncamente: -no a todos les cuento el secreto-, dijo – no todos conocen el
propósito de lo que sucedió esa vez… la teyú yaguá aún vive… se lo llevó. Está
en los Tres Cerros con él y sus dos hijos…
Él, Rosendo Fontora, conocía la historia del sacristán que alimentó la
cosa en Santo Tomé. A la hora sagrada de la siesta, el gurí alcanzaba la vianda
a la entrada misteriosa cueva, donde la había descubierto y vio crecer eso que
día a día se alimentaba de la comida que él le llevaba. Hasta que el cura lo siguió
y descubrió con horror lo que hacía en esas siestas del pueblo. El padre
cura nunca supo cómo o qué cosa era eso
que dejó la marca, esa profunda huella en medio del camino hasta la iglesia, el
día que le prohibió al joven sacristán que acercara la diaria ración
acostumbrada. A satán no se alimenta
le había dicho. Y entonces eso fue a
buscar al joven y se lo llevó para siempre.
Esa
era la historia que salía de la desdentada boca del anciano cada vez que
alguien se la compraba con caña. Pero él, Rosendo, había comprado algo más esa
noche. El viejo había visto algo especial en él: su ambición, y se lo contó. Le
contó algo que no le reveló a nadie jamás.
Y
después de tanta miseria tuvo suerte con el tabaco.
Pasó
de mensú esclavo a ser independiente.
Estaba
feliz.
Ahora
tendría que compartir con sus amigos de toda la vida los frutos de su buena
fortuna.
Compartiría
eso: los frutos, pero lo otro no.
Repartiría
con ellos el abundante tabaco, porque después de todo ya no le faltaría nunca
más ni el dinero ni abundantes cosechas.
Podría
tener todo lo que se le antojara. Pero el secreto era suyo y de nadie más.
Supo
cómo dar vuelta la taba y tirar a suerte. Se había apoderado del secreto del
viejo.
Ahora
era suyo.
Él
decidiría su destino. Ya no era pobre. Tenía la llave de la fortuna.
Sonrió.
Estaba
feliz.
Había
trabajado la tierra durante varios meses, aconsejando a sus amigos con la
esperanza de contagiarles su entusiasmo. Pero la buena suerte era producto del
secreto que se tenía atrapado.
Cuando
vio los resultados de su siembra, se convenció que el secreto era un don
solamente para él, y no sintió remordimientos, aunque comprobó con amargura que
sus amigos se enfrentarían a otro año de miseria.
Así
debe ser –pensó, porque después de todo, ¿por qué compartir, si el secreto era
de él, le pertenecía sólo a él?
Si.
–Se dijo- así es como debe ser. Que cada quien busque lo suyo.
Estaba
feliz.
Él
ya se sentía rico.
El
amanecer de ese día le llegó trayendo el berrido agudo de protesta que inquietó
hasta a los perros: el llanto de su hijo. La María le había parido un gurí fuerte y rechoncho.
-¡qué
pulmones!, la verdá, Rosendo, éste le va a valer por tres piones- le dijo la Dominga , su comadre, mientras bañaba al recién
nacido. Y no se equivocaba.
El
niño era robusto, digno hijo del tape Rosendo Fontora, indio petisón y ancho de
hombros, brutazo y fuerte como una yunta de bueyes. ¿Cómo no iba a estar feliz?
¿Podía acaso pedirle a Ñande Yara algo más? Buen tiempo, mejor cosecha y para
más bendición… ¡un hijo!
Hacia
el norte, desde los Tres Cerros llegó el bramido que lo ensordeció. No le
importó porque estaba feliz. Y sintió que no podía desear nada más.
Pobre
Rosendo Fontora. No sabía que siempre se puede desear algo más.
Como
conservar esa felicidad, por ejemplo.
O
a lo mejor fue porque se olvidó de dar las gracias.
Lejos
estaba de imaginarse lo que vendría.
Un
segundo trueno enviado desde los Tres Cerros pareció querer sacudirle de su
ensoñación. Pero estaba tan feliz que no le prestó atención. Ya tenía todo lo
que había pedido.
Las
hojas de tabaco comenzaban a secarse. Curiosamente, también la María.
El
gurisito, conforme pasaban los días adelgazaba también. Amanecía sacudido por
un llanto nervioso. Los ojos aparecían hundidos dentro de sus órbitas. El tape,
desesperado al ver cada vez más flaco a su hijo y a su mujer, acudió
desesperado a doña Cleofe, la curandera.
-Pero
m’ hijo, este gurí hace días que no toma la teta, cómo no va a desnutrirse así,
abomba’o! –protestó la vieja, mientras recetó un ungüento para el chico al ver
que una costra purulenta le rodeaba los labios.
-No
es verdad-retrucó la María-
él toma el pecho toda la noche, yo lo sé, lo siento prendido con tanta fuerza que me hace doler, aunque es
verdad que también lo oigo llorar bastante a veces, pero no sé qué me pasa que
no puedo despertarme del todo para atenderle, y después vuelve a prenderse del
pecho y se calla…
El
tape no contestó.
Desde
que la María le
diera el hijo, no había pasado una sola noche en el rancho junto a su mujer. Su
amigo Anastasio le había venido con el cuento de un yaguareté que andaba
haciendo desastre entre los animales del viejo Colon, y juntos, se dieron a la
caza nocturna del bicho, para terminar brindando meta darle a la caña, por la
felicidad egoísta del tape, porque a decir verdad, el tape nunca había sido tan
feliz, y nunca terminaba de brindar por eso.
Doña
Cleofe se comprometió a cuidar a la madre y el hijo. Todos los días al
despuntar el alba, se llegaba hasta el rancho a alimentarlos y limpiar la casa.
Pero
el gurisito seguía empeorando: se le notaban ya las costillitas y el llanto era
un ronco gemido. La cabecita se convirtió en una calavera cubierta de fina
piel, y la costra alrededor de la boquita no sanaba a pesar de los cuidados de
la vieja curandera.
A la María no le iba mejor.
Una
noche el tape no quiso salir.
El
cielo rugía de furia.
Tiró
su ponchillo en el suelo y se acostó sobre él para no molestar a su mujer.
Hacía calor y la tormenta se venía. Rosendo no le pudo a tanto desvelo
acumulado. Un sueño más que pesado le paralizó el cuerpo.
Desde
el norte, desde donde se erguían los Tres Cerros llegó un trueno a despertarle.
Abrió
los ojos y no supo si soñaba.
Le
pareció que era el tercer trueno que oía desde que naciera su tapecito.
Recordó el primer trueno, feroz, estentóreo,
que estallara en aquél espléndido día de sol cuando admiraba su tabaco recién
cortado y oyera el primer llanto de su hijo…
Ahora la tormenta arreciaba y entre relámpagos
el viento azotaba la paja del techo, el trueno le recordó algo, un
estremecimiento le sacudió los huesos ¡Teyú Yaguá! –gritó.
Escuchó
un rumor apenas audible bajo los manotazos del viento, como si algo se
deslizara sobre la cama. Creyó que soñaba.
-¿María?-
llamó.
Silencio.
Hasta
que un relámpago iluminó con luz de día por un instante. El cuerpo se le negó
al movimiento y sintió un frío súbito. Rogó estar soñando. Buscó a tientas la
lámpara a kerosén y la encendió temblando.
Allí
estaba.
Odiosa,
repelente…
No
supo lo que le produjo aquella visión de espanto.
Una
enorme serpiente más gruesa que el torso del tape, enroscada en la cumbrera del
techo, colgaba sus dos extremos hacia abajo, justo sobre la cama: su
endemoniada cabeza prendida de una de las tetas de María, mientras introducía
su cola en la boca del gurisito, que succionaba débilmente en busca de la leche
materna que le restaurara la vida.
El
tape buscó el machete, y entre los relámpagos y el viento, Rosendo Fontora fue
un rayo destrozando a la intrusa.
La
tormenta aplastó los montes y la felicidad del tape.
El
tabaco seco, listo para ser embarcado, se empapó.
Ella
había cumplido.
Sólo
ella…
© Stella Gallero 2010
martes, 3 de mayo de 2016
NICASIO EN LA JORNADA DE LECTURA EN LA EP 14
a ver... |
En la mañana de hoy, martes 3 de mayo, mi pequeño Yacaré en Apuros visitó a los niños de la EP Nº 14, de Grand Bourg, invitado por la seño Betty Gaitán para acompañarnos mutuamente en el inicio 2016 del PROYECTO DE LECTURA SOSTENIDA.
Nicasio, emocionado y agradecido, se atrevió a salir de las páginas para escuchar a los chicos.
parece que puedo salir... |
¡Ahhh!... ¡qué lindo es estar entre los chicos! |
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